Hay cosas que tu cuerpo pide, tu mente se lo recuerda y sólo el latir de tu corazón pone alas a tus instintos para dejarlos volar.
Ella estaba allí guardada, abandonada por el pasar de los años, sin pedir cuentas, casi aparcada en el recuerdo, oxidada y pendiente de que los recuerdos del alma la rescatasen de su olvido.
Ella es y seguirá siendo sentimiento, algo material que te transporta directamente a otra época, a otro espacio, donde el valor paternal recobra todo su sentido, donde la parte masculina fluye en toda su magnitud y donde tu instintos se conectan directamente con sus palabras.
Ella fue un regalo, un regalo que nos hizo mi padre,a mi madre y a mi, fue la elección del calor del hogar, antepuesto a la compra de su silla de ruedas eléctrica. Con las palabras de, la estufa la tendréis siempre, yo me moriré y la silla no os servirá para nada.
Hay tesoros que deben ser desempolvados, renovados y reubicados, para que sigan aportando calor (nunca mejor dicho) a tu alma, para que el fuego apacigüe el agua (la fría ausencia) y entre las dos polaridades nazca el amor.
Nazca el amor en forma de las alas blancas de un ángel que cada noche de invierno visitará tu hogar, para quedarse y susurrarte al oído, hija mía las cosas maravillosas solo se pueden sentir con el corazón.